En los últimos capítulos del libro de Génesis, se relata la entrada de la familia de Jacob en la tierra de Egipto, cuando José es el hombre con mayor autoridad después de Faraón (Gn. 45:8). En aquel momento, les es dada la tierra de Gosén para habitar (Gn. 47:6).
Aquella zona era la mejor para el pastoreo, de verdes prados y fértiles valles, por lo tanto es para ellos una bendición que, huyendo del hambre que había asolado el mundo conocido en aquel entonces (Gn. 46:6-7), pudiesen establecerse en un lugar tan próspero para vivir, y dedicarse a su función de ser pastores de ovejas (Gn 47:3).
Según las referencias acerca de las ciudades de Pitón y Ramesés (Ex. 1:11), este territorio estaba ubicado en lo que se conoce como Bajo Egipto, que corresponde al sector norte del país y era la fértil zona del delta del Nilo, lugar en que el río se extiende para desembocar en el mar Mediterráneo.
Establecidos allí, los israelitas fueron bendecidos y prosperados (Ex. 1:7), ya que las condiciones de vida les resultaban muy favorables, pero la promesa de Dios para ellos no estaba en Egipto, sino en la tierra de Canaan (Gn 12:1-7; Gn. 50:24), por lo tanto, Dios tendría que sacarlos de Gosén, para llevarlos a la tierra que había preparado para ellos.
Para que el pueblo deseara irse de aquel lugar en el que estaba tan cómodo y bien instalado, era necesario que cambiase su situación volviéndose hostil e insoportable, por lo tanto se levantó un faraón que no conocía a José (Ex. 1:8-9) que sumiría al pueblo en una dura y cruel esclavitud (Ex. 1:13-14), lo que produjo que comenzaran a clamar para que Dios les libertara de esa terrible servidumbre.
Cuando se cumplió el tiempo, Dios atendió al clamor de su pueblo (Ex. 3:7-9) y envió a Moisés para liberar a los hijos de Israel y llevarlos a la tierra que había preparado para ellos (Ex. 3:16-17). Pero se encontrará con que, a pesar de que los hijos de Israel desean su libertad, ahora es Faraón quien no les quiere dejar ir, ya que son una fuerza de trabajo importante en la producción de ladrillos para las edificaciones de Egipto (Ex. 5:5-9).
Entonces Dios se manifestó de manera poderosa sobre Faraón y sobre todo Egipto (Ex. 6:1), para que no solamente les dejen ir, sino que el mismo monarca les pedirá que se marchen de su tierra (Ex.6:6-8). En este proceso, la nación fue herida con diez plagas, a través de las cuales, Dios demostró su poder tanto a los egipcios (Ex.3:20) como a los hijos de Israel (Ex. 4:8-9).
En cada plaga, fueron abatidas diferentes deidades a las que los egipcios rendían culto, quedando de manifiesto que sólo el Dios de los hebreos es poderoso y grande sobre todos los dioses (Ex. 7:5).